Me encanta cuando te vistes de mujer,
y tratas de romper con cada una de las cadenas
que te mantiene atada a mi soledad.
Pero luego vuelves,
me embistes,
y renuncias a todo complejo,
como si los labios no tuvieran ojos,
y mis dedos no necesitaran recorrer
una y otra vez cada uno de tus rincones.
Y me encanta lo de anclarme en tu clavícula,
y quedarme a cuadros,
cada vez que me da por rayarme
contando cada uno de los lunares que tienes en tu espalda.
Y será que uno se cansa de los triángulos amorosos,
y de toda forma geométrica,
que impida que dos puntos se encuentren en una única linea recta.
Y será que me encanta lo de ser un intruso en cualquier mente ajena,
y recibir visitas inesperadas,
porque ¿a quién no le gustan las sorpresas?
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