Empiezo la casa por el tejado,
y total, a mi ya no me importa.
Empezar a vestirme por los pies
y dejar el protocolo a un lado.
Levantarme con el pie izquierdo
y tener la suerte de que sigas en mi cama,
aunque dudes si echar a volar
o exprimirnos lo que queda de mañana.
Y es que en el fondo, me encanta
cuando su dulzura se viste de duda
y yo trato de desvestir la realidad.
Y es que la realidad es otra,
yo soy otro,
y me levanto con el pie derecho.
Trajes con corbatas
que esconden arañazos por el cuello
de una noche de mentiras.
Mañanas de rutina
y café caliente que irrita mis encías.
Las horas del reloj,
los minutos en el anden,
los segundos de gente que pasa a tu alrededor
y ni siquiera sonríe.
Esa es la realidad,
de los que soñamos despiertos,
de los que aún vestidos con traje de seda
prefieren llevar la armadura a cuestas.
Los del anden,
los de las prisas por llegar a fin de mes,
que al menos tengamos una escusa que nos asfixie.
La realidad de los que sueñan que besan,
de los que besan soñando,
pero no se dejan engañar
y mantienen los pies en el suelo.
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