Eran gusanos de seda en el estomago
que no llegaron a ser mariposas,
principios de dejemos de ser personas,
que las personas desaparecen.
Eran caricias,
que no llegan a ninguna parte,
y mareos en el vientre.
Eran casualidades que no quise llamar destino,
y números de teléfono que no daban señales de supervivencia.
Un espacio, entre el cigarro de después,
y ese café por la mañana.
Un espacio,
de dejemos que el tiempo nos consuma,
y la suma de dos cuerpos que sudan bajo la misma luna.
Una calle que aún no hemos visitado,
y un tejado,
que añora los violines que el ruido ha silenciado.
Eran ombligos,
centros del universo,
complejos entre tercios y botellas de ginebra.
Era ese bar,
y la camarera que llevaba la cuenta,
esa cuenta atrás,
que me hacia llegar tarde,
(hacia ninguna parte).
Un paseo,
y un mercado ambulante,
esa moneda de cambio,
que solo tenía valor contable.
Un par de letras,
que no llegaron a ser palabras,
y esas palabras que apenas pronuncié.
Quizá ni sepa de lo que hable,
aunque suela hablar demasiado.
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