Se contemplaría, y sabría de su falsedad. Ser otra fachada, su propia fachada, una mentira que se propagaría por su mente hasta hacerla enloquecer.
El hombre seguía inmóvil en el espejo, y yo ya no sabía como actuar. Me quedé quieto y solo a través de mis ojos podía comprender que seguía vivo. Sentía que mis ojos respiraban, que aceleraban el ritmo, aunque nada a mi alrededor se moviese.
El hombre del espejo me miraba, y yo no comprendía nada. Sentía que la sangre no me corría por la cara y un color blanquecino se posaba sobre ella.
Cada vez más pálido e inconsciente por mi situación, cuando por fin, el hombre del espejo sonrió. Él sabía lo que me estaba pasando, y yo no quise preguntar.
Las luces se apagaban, pero no había nadie cerca apretando el interruptor. Yo no entendía nada, pero el hombre del espejo ya no era el mismo.
Cuando al fin entré en valor para preguntar sobre lo que estaba pasando, ¿qué hacía allí? ¿quién era yo? y sobretodo ¿quien era el hombre del espejo y por qué no quería sonreír?, me desplomé.
Quizá yo ya llevaba demasiado tiempo tumbado en aquel frío suelo pero no quería aceptarlo, quizás no había nadie en ningún espejo, y quizás el espejo terminó por ser un techo en el que se reflejaba mi propio recuerdo.
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